La novela se publicó por capítulos de octubre a diciembre de 2011, y se ha reeditado con motivo del séptimo aniversario del incendio del edificio Windsor en este año 2012. ¡Gracias por la respuesta!

Podrás conocer cómo se quemó el edificio Windsor y el misterio de las sombras en el piso quince.

Saludos desde el país de la escritura a quienes me seguís desde España, Alemania, Argentina, Austria, Andorra, Australia, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Chile, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón, Letonia, Mauritania, México, Noruega, Portugal, Puerto Rico, Rusia, Taiwan, Ucrania, Uruguay y Venezuela.

Para descargar la novela en Pdf o Epub pincha más abajo en la portada, o aquí: https://sites.google.com/site/yoquemeeledificiowindsor/

Cada vez que llega febrero no puedo dormir...


viernes, 17 de julio de 2015

Capítulo VII (último)- Domingo 13.2.2005 (hace siete años..)

CAPÍTULO VII. YO QUEMÉ EL EDIFICIO WINDSOR. FUE SIN QUERER. 


-          ¡Buenos días, ya es finde en Madrid!, pero hoy no es un día cualquiera. Para los que hayáis estado fuera del planeta os aconsejo que os levantéis y vayáis a verlo. ¡Ayer se incendió el edificio Windsor! Ardió como una colilla...

Saqué un brazo bajo las mantas. Clic.

“Nadie habla de muertos, ni la tele, ni la radio. ¡Señor, por favor, que no haya resultado nadie dañado! Haré lo que quieras, si hace falta no saldré nunca de esta cama; o mejor aún, construiré una habitación de plomo, bajo el mar, con un tubito por el que entre el aire y me tiren agua y pan. Soy un peligro para los demás y para mí mismo.”

No sé cuanto tiempo pasé así. Quería estar eternamente quieto. Una cabezadita de vez en cuando, algún giro de lado, y nada más. Lo único molesto era mi pensamiento reiterado.

“Te pido que no haya personas afectadas...”

De nuevo un brazo explorador. Clic al botón rojo del mando.

-          ... y en esta imagen pueden apreciar la vista del edificio herido de muerte, que amenaza con caerse. Pese a lo espectacular de la catástrofe continuamos sin tener noticias sobre la existencia de heridos o fallecidos. Todo comenzaba aproximadamente a las once de la noche del sábado... 

Nuevo clic.

-          Qué cuernos quiere decir “continuamos sin tener noticias”, ¿que las hay pero no les han llegado o que no las hay por ahora?

Metí la cabeza al calor. Quizás esto era el purgatorio, o alguna parada previa. Sí, seguramente me había muerto hacía tiempo. Probablemente me llevó una ola paseando junto al Puerto Viejo de Algorta en un día de tormenta, y tras ahogarme, mi espíritu pululaba por el mundo metiendo la pata sin cesar.

“Resulta más creíble que mi vida real. ¡Treinta plantas...! ¿Qué encaje penal tendrá quemar un edificio así? He reducido a carbonilla algunos de los despachos de abogados más influyentes de España. Pedirán la reinstauración de la pena de muerte.”

Hiperventilación. Cabeza afuera. Por el rabillo del ojo veo la puerta del baño. La naturaleza no entiende de culpabilidades. Me vestí con una sábana y pisé las baldosas frías. Había un señor mayor en el espejo. El fantasma del Windsor.

“¡Vaya careto! ¿Más canas?”

Parte del flequillo me lo habían cortado a mordiscos.

“No pensar, sólo hacer.”

Frente al lavabo espuma y guillotina gratis. ¡Acción!

-          ¡Áu!

Olor a lejía-shave. Su escozor me devolvió a la vida, y el reflejo del traje colgado sobre la bañera terminó de espabilarme. Mi otra causa pendiente.

“Los chinos... ¿Nadie ha venido a detenerme? Que raro.”

El estómago me interrumpió con un sonoro quejido.

-          Tu también estás nervioso, ¿eh? Eso tiene solución. Sí, debo moverme, lo mejor será hacer como los psicópatas, volver al lugar del crimen. Allí me informarán sobre los posibles heridos, y tendría la opción de entregarme...

El traje olía a humo, y en algunas zonas el tostado le había amarronado ligeramente su color. La camisa un poema, pero cerrando el único botón superviviente en la chaqueta se tapaban algunos rastros. Los calcetines negros disimulaban mis nuevos bajos del pantalón, que iban a juego con los zapatos, resecos, casi de esparto. ¿La corbata? Ni rastro.

-          ¿Qué tengo aquí?, tres sobres. ¡Bienvenidos a su programa favorito! Don Paúl, abrimos el sobre número uno y es..., ¡un taquito de euros para el viaje!; volved a mí queridos, os creía perdidos. Sigamos..., sobre número dos... ¡la indemnización! Caramba, tiene peso... ¿cuanto hay...? ¡La madre que parió al seguro! ¿están locos? Gracias chicos.

La vida resultaba imprevisible.

-          ¿Y el tercer sobre?

Apenas abultaba. Papel de calidad. Sentí temor al rozarlo, era lo único que se había salvado del Windsor. Imaginaba su contenido. La causa de la causa es causa del mal causado.

-          Será mejor ir a desayunar.

Un sitio libre en el comedor. El conserje-camarero me recibió con desdén. Al decirle el número de habitación, debí pulsar algún extraño mecanismo, pues me enseñó los dientes tanto como pudo y salió escopeteado. Retornó junto con la directora del hotel.

-          Señor Fernández, me alegro de verle.

-          Gracias, gracias. Recogí ayer el sobre. Todo correcto.

-          Lo celebro. Si me firma aquí por favor, es el recibo de lo abonado, para el seguro, ya sabe.

-          Sí, conforme.

-          Y recuerde que está usted invitado.

-          Gracias de nuevo.

Se alejó con su justificante, y yo me centré en lo importante. Competí con los niños en las torres de pastelitos y con los adultos en el café y las tostadas. No me gusta perder ni al parchís. ¿También fruta?, sí, pero sin abusar. Lo recomendado. Cinco piezas.

-          Bueno, llegó la hora. Vamos a enfrentarnos a la realidad.

Atocha continuaba soleado y gélido.

“Estuve a punto de morir. Quizás mejor así, nadie habría sabido nunca más de mí.”

Esperé en la parada. Mi digestión sonaba tal que un coche viejo. Saqué el móvil. Tenía varios mensajes. Escuché el primero.

-          Hola hijo. Estamos muy decepcionados. Anoche le colgaste el teléfono a tu madre. Esperamos que te disculpes…

Colgué. El segundo mensaje, Amaia:

-          Hola. Suponía que me odiabas, pero no pensaba que era tan hondo. Ayer me dijiste cosas horribles; “vete a la mierda, más bajo no puedes caer, casi acabas conmigo...” Te pido perdón por lo que te hice, y nunca más te molestaré.

“¿Se ha vuelto loca? ¿De qué habla? ¡Pues que te den morcilla, mona, ya estoy vacunado contra ti! Veamos el tercero..., no es un mensaje.”

Una lucecita azul parpadeaba.

“¿Quizás una llamada perdida?”

Llegó el autobús. Mi asiento libre. Los sin techo aprovechaban el domingo para descansar. De pronto, a lo lejos, la escena.

-          Aún sale humo.

Un enorme fantasma resquebrajado agonizando bajo el sol. La sombra de una tragedia descomunal, y yo la había provocado. En la última curva el autobús apenas podía continuar entre tanta gente. Parecía una boda Real.  

-          Señores viajeros, el acceso a Fernández Villaverde está cortado. Deben ustedes bajar aquí.

Salté al público. Lo primero fue acercarme a una unidad del Samur. Un deseo íntimo de no haber pecado, pero miedo a preguntar. Adelante.

-          Perdonen señores, ¿puedo hacerles una pregunta?

-          Claro.

-          ¿Se sabe definitivamente si hay..., si hay heridos?

-          Al parecer no. El que fuera sábado, unido a la hora en que se ha producido parece que ha creado el milagro.

-          Desde luego que sí, es un milagro, gracias.

Aquello parecía definitivo. Claro que nadie podía saber con seguridad si dentro del edificio existía algún cadáver chamuscado. Pensaba en los tres chicos.

“¿Habrán conseguido salir?”

Seguí andando. Muchos policías, muchas opciones para entregarse. Me acerqué hasta un municipal, que informaba a un grupo de personas.

-          ... y mañana cierra el Corte Inglés, así como algunos edificios colindantes como el de Seguros La Estrella, o el Edificio Bronce.

Los presentes cacareaban.

-          ¿Como?, yo trabajo allí, ¿hasta cuando estará cerrado? Nadie me ha dicho nada.

-          Pues no sólo eso, tampoco hay metro, por si se colapsa.

-          ¿Que significa eso?

-          Pues..., creo que quiere decir que se puede derrumbar.

Una mujer pidió la vez.

-          Perdonen, si me permiten..., soy arquitecta. Efectivamente significa que se puede desmoronar, es una palabra anglosajona, inglesa vamos. El peligro llega ahora, en el proceso de enfriado de la estructura.

-          O sea, lo que ha dicho el señor policía, que se va a ir a tomar por saco.

-          Pues sí.

-          Ya..., permítame otra pregunta. ¿Cómo puede ser que un incendio que comienza por arriba se extienda hacia abajo?

-          Es sencillo, cualquier sistema de ventilación, aire acondicionado, etcétera puede ser una autopista para el fuego si el edificio está en obras y no están sellados los registros que corresponden a cada uno de esos servicios. Les recuerdo que lo estaban reparando.

La señora había dado en el clavo.

“El falso techo del despacho habría sido un cortafuego, pero su falta creó el efecto contrario, autopistas de aire para transportar llamas de unas zonas del edificio a otras a través de los espacios sin tapa.”

Continué andando acercándome hacia el Windsor hasta el límite de lo permitido. La luz lo atravesaba de un lado a otro, herido de muerte. Intenté ahogar un gemido, pero no pude.

-          ¡Qué barbaridad!

-          ¿A que es un pasote?

Al girarme... ¡era Valen! ¡Junto a mí!, ¡vivito y coleando! A duras penas conseguí no abrazarlo. Lo sentí como un hijo.

-          Hola chavalón, ¡no sabes cómo me alegro de verte!

Permanecía quieto, como mirando el edificio, pero sin verlo. Sus ojos arriba y a la derecha, recordando. Me habló sin convicción.  

-          Se comenta que ha sido un atentado, como el 11-S.

-          ¿Atentado? ¿Quién dice eso?

-          En Internet...; tiene gracia, cuentan que anoche chocó una avioneta.

-          ¿Una avioneta?

-          Sí, pero ya sabes, las autoridades lo niegan; para que no cunda el pánico...

Me miró, y de pronto pareció despertar.

-          Paúl, llevas el mismo corte de pelo que yo.

No pude resistir la tentación.

-          ¿Vas a ir al Real Madrid-Barça?

Mirada a la izquierda, creando, inventando...

-          ¡Ja! ¡Sí! Ayer conseguí unas entradas. Créeme, te aseguro que casi muero en el intento. Aún están calentitas. ¿Te vendo una?

-          No gracias, me llegó un sobre. Ya sabes, el despacho de Almudena. Piso veintiuno. Allá arriba.

-          Veintiuno, qué casualidad. Dicen que comenzó allí.

-          ¿Quién dice eso?

-          Pues todos; la tele, en Internet...

Miró a los lados.

-          Verás, tengo una información que vas a flipar. Mi cuñado trabaja en la tele...

-          Ah...

-          Y me ha dicho que hay un vídeo del incendio...

-          ¡AAh! ¿Vídeo?, ¿existe un video? ¿Lo has visto? ¿Se distingue a quien lo hizo?

“Podía ver los titulares, <>. Mi cara de memo por siempre en Youtube, comiendo chupitangas, fumando...”

-          No, que va, ¡se ve gente…!

-          ¿Pero se reconocen sus caras?

-          ¡Que no! Sólo se ven personas unas oficinas más abajo del fuego, en la planta quince. Parece que buscan algo con linternas, mientras la parte superior arde. ¡No se habían enterado de nada!

-          Entonces no se ve quien lo hizo. ¡Buf!

De nuevo su mirada se perdía, esta vez hacia la derecha. Sin duda recordaba.

-          Ha sido increíble. Nunca habíamos...; había visto un edificio ardiendo, vamos..., quemado.

-          Yo tampoco Valen, yo tampoco. ¿Si hubieras estado en ese incendio por donde habrías salido?

-          ¡Por la puerta principal! Eso sí, a toda pastilla, entre cascotes ardiendo. ¡Vamos, como en un videojuego!

De golpe volvió a la realidad y cambió de tema.

-          Tío, ya sabrás que el lunes no tenemos fiesta. ¡Manda huevos! Se quema el currelo y hay que ir a trabajar. A ti también te habrán enviado un mensaje al móvil.

-          Pues ya lo miraré, no sé.

-          ¡Dejen paso, por favor! Por favor, abran paso.

Protección Civil instalaba un puesto de mando, de información, o algo similar; nueve o diez policías intentaban organizarlo. Quizás era mi oportunidad.

-          Bueno Valen, te tengo que dejar. Gracias por todo y cuídate.

-          Nos vemos. Y lava esa ropa, apesta a humo.

-          Sí, lo sé. Pero no se quita ni con la ducha. Tú hueles igual.

-          Bueno tío, te dejo...

-          Sí, adiós.

Junto a mí construían el Olimpo de la autoridad. Los había de todos los cuerpos; azul con fosforito, añil oscuro e incluso sabor a menta.

“Ha llegado el momento, mejor no retrasarlo más. ¿A cual de ellos se lo confieso?”

Impacto en tres, dos, uno...

-           Buenos días caballero. ¿Desea algo?

-          Sí, hmm, verán. Quería decirles algo sobre el incendio.

Silencio. Todas las miradas fijas en mí. Diez pistolas. Veinte ojos. ¡Concéntrate, leches!

-          Adelante. ¿Qué tiene que decirnos?

-          Pues, es que tengo información sobre quién hizo eso.

Ni se inmutaban.

“¿Me habré explicado mal?”

-          Verán, es difícil empezar... Se trata del incendio, del Windsor. Tengo una información importante que comunicarles.

“¡Eeeeooo, estoy aquí! ¿Quizás excesivos destinatarios? Sí, diez es un número ideal para contarles un chiste, pero no con objeto de llevar a cabo una confesión.”

Debía reducir la cantidad de receptores, centrar mi atención en alguno. Había una mujer policía. Avancé un paso hacia ella. Me miró a los ojos.

-          No se preocupe señor. Seguro que adivino lo que nos quiere decir...

Sus compañeros sonreían. Yo en el fotomatón.

-          ¿Perdón? ¿Sí?, esto... ¿Cómo?

-          Fue usted quién provocó anoche el fuego en el edificio Windsor, ¿no es así?

“¡Sorpresón! Una sola mirada había bastado. Mujer sagaz, observadora donde las haya; mi triste silueta, el pelo quemado, la camisa, el traje...”

La reina demandaba contestación. Simplemente asentí. Ella cerró los ojos, condescendiente, y se acercó aún más. El resto comenzaba a reír, disimuladamente.

-          Pues entonces sabrá que tengo que detenerle, ¿no?

Asentí de nuevo, pendiente de que me hiciera ensañarle el lugar donde colocar sus esposas. ¡Qué borrachera de alivio y libertad! De pronto gritó.

-          ¿Por qué todos me vienen a mí?

Los demás estallaron en carcajadas.

-          ¡No nos haga perder el tiempo, por favor!

-          ¿Cómo?

-          ¡Que es usted el quinto chalado que viene con el cuento...!

Sus colegas ya no disimulaban. Mi actuación era todo un éxito. El payaso del Windsor.

-          ... y vamos a tener que organizar un concurso de historias increíbles.

-          ¡Pero oigan! ¡No es ninguna broma!

Se desternillaban sin remedio.

-          ¡Basta ya! ¡Quiero hablar con algún mando ahora mismo!

Frase mágica. Silencio y rigor. La policía volvía a serlo.

-          Caballero, ¿quiere realmente hablar con un mando? Si es una denuncia falsa le informo que será detenido.

-          ¡Por supuesto que deseo hablar con un mando!

Ahora sí que parecía un pirado. La mujer llamó por radio.

-          ¿Señor Comisario? Lamento molestarle..., sí, sí señor Comisario Li...; no, no, pero este señor insiste. Parece un caso diferente. De acuerdo. A sus órdenes señor Comisario.

Había gastado el comodín de la llamada.

-          Viene de camino. Por favor, espere junto a aquél edificio. No tardará más de dos minutos.

-          Gracias agente.

Me retiré hasta el muro de la humillación. Observación y chismorreo. Risas. El Windsor parecía sonreír al fondo.

“Supongo que yo también me reiría. Quizás debiera irme... Decidido, un minuto más y me largo. Han perdido su oportunidad.”

En torno a mí cada vez más gente. Madrid paseaba junto al desastre en vez de hacer deporte o ir al Rastro. Sin duda el suceso había unido a los madrileños, un acaecimiento extraordinario que comentaban todos con todos, como en los pueblos pequeños. ¡Vivan las fiestas del Windsor!

-          ¿Nos puede sacar una foto, por favor?

Un matrimonio y sus tres hijos aguardaban sonrientes.

-          ¿Una foto?, sí, como no.

La familia se colocó muy juntita. El pequeño daba órdenes.

-          Paaaaaaa-taaaaaaaa-taaaaaaaa.

Una estupendo encuadre; policía, ambulancias, curiosos, el edificio, y al fondo ¿mi jefe chino? Clic.

-          Tome la cámara.

-          Gracias, muy amable.

¿Lo había visto pasar de verdad?

“¿Dónde está? Juraría que era él. Estaba ahí, en la acera de los policías...”

Efectivamente. Entre la multitud distinguí de nuevo sus inolvidables rasgos orientales. Le acompañaba otro tipo. Ambos vestían trajes sin corbata, elegantes, de muy buena calidad.

“Los habrá cogido de la puertita roja.”

El traficante de humanos. Hacía siglos que pasó por mi vida.

“Y ¡tócate las narices!, ahí le tienes, caminando tranquilamente al solete con un amigo. Pues esto no queda así.”

Crucé la carretera y lo intercepté, a escasos cinco metros la policía. ¿Contaba un chiste?

-          …Y entonces le dice, ¿Qué cuantas veces al día?, ¡Pues lo que pone en el prospecto!

Ambos reían a carcajadas.

-          ¡Sabe español, encima eso!, se va a enterar...

Mi ex jefe alzó la vista y se detuvo, sonriendo. Despidió a su acompañante con un seco “hasta ahora”. Le miré fijamente. De cerca volvía a asustar.

-          Hola.

Él devolvió la vista al cielo, con brazos en jarras, resoplando un murmullo alargado que no comprendí. Después me miró con sus párpados a media persiana, colocó las cejas oblicuas, y contestó.

-          Hola Paúl.

-          ¿Sabes hablar castellano, delincuente?

-          No me hagas reír. ¿Qué haces aquí? Creía que habías huido.

-          ¿Yo?, ¿por qué debía huir?

-          Por colaborar en un taller clandestino, en una tapadera.

-          ¡Pero yo no sabía nada!

-          Hasta ahí ya llego, hombre. Claro que no sabías nada. No sabías ni qué hacías allí. Tu eres abogado, ¿no?, ¿que carajo hacías respondiendo a un anuncio cutre sobre un trabajo estúpido?

-          Eso es cosa mía...

-          Pues no, no ha sido una simple cosa tuya. Nos has complicado todo de una manera indescriptible. Casi estropeas una operación que llevábamos años preparando.

-          ¡Pues me alegro!, lo que no entiendo es cómo has escapado.

Me miró fijamente, con expresión de... ¿incredulidad? ¿No odio ni venganza?

-          ¿No me has entendido?, llevábamos años con la operación...

-          ¿Tú tampoco me escuchas a mí?, te he dicho que ojala os hubieran pillado a todos.

Ahora reía. ¿Todo el mundo tenía que pasarlo hoy bien a mi costa?

-          Paúl, vamos a ver si lo entiendes.

Me puso una mano en el hombro y me giró hacia los policías. A continuación avanzó dos pasos hasta mi altura, y les miró. Todos se cuadraron, saludando con un toque en la frente, y reconociendo su cargo.

-          Comisario Lí.

Correspondió a sus saludos y me dio de nuevo la vuelta. Después me enseñó una placa de la policía nacional.

-          Supongo que no es de las que se compran en los mercadillos, ¿no?

-          No, desde luego. Cuesta mucho trabajo conseguirla.

-           ¿Policía? ¿Un operativo? Entonces me vigilasteis en la tienda.

-          Sí.

-          ¡Oh, no! ¿Grabaciones?

-          En todo momento, también cuando usabas la silla como cochecito, tus largas siestas... alegrabas las horas de espera.

-          Prefiero olvidarlo. ¿Y cómo no me habéis llamado a declarar?, ¿por qué no me lo contasteis todo?

-          ¡Eres un capullito inocente! Entiéndelo, tú nunca tenías que haber estado allí, sólo yo tenía que haber contestado a esa oferta de empleo, y cuando lo hiciste pedimos a Bilbao un informe sobre ti. ¡Cómo podíamos imaginar que vendrías a trabajar!

-          Pues es difícil de explicar... Así que cuando entré en la tienda, sorpresa.

-          ¿Sorpresa? ¡Me preguntaba si estabas loco! ¿No eras abogado? ¿Qué coño pintabas allí? Nos apareciste en mitad del operativo dispuesto a quedarte...

-          Claro...

-          ¡Y no había manera de que te largaras! Improvisé un sueldo ridículo, firmaste una hoja vieja que de casualidad guardaba sobre la mesa...

-          ¡Qué vergüenza!, no me cuentes más...; la escenificación fue tan buena...

-          ¡Ja!, pues díselo a los de video-vigilancia, que estuvieron a punto de pegarte un tiro, ¡creían que eras un ejecutor de la mafia china!, ¡pensaron que nos habían descubierto! Y yo mientras diciendo chorradas. ¿Sabes que no sé hablar chino? ¡Coño, que soy de Aranjuez!

-          Casi déjalo, ¿eh? Voy a tomar un vasito de cicuta y ahora vuelvo.

-          No, espera, ya que hemos empezado te interesará saber más.

-          Francamente no.

-          Sin parar de molestar, toquiteabas el escaparate, y ¡abriste la puerta roja del taller! Chaval, llegas a empujar la segunda puerta y te habrían salido todos los chinos corriendo por encima...

-          ¿Has terminado?

-          No, sólo un poco más. Tengo que reconocerte que eres un hombre valiente.

-          ¿Pues?

-          Vaya, que te enviamos a un espécimen…

-          Eso, ¿Quién era el mafioso vestido de negro?

-          El presidente de la asociación china a ver si te acojonaba, un tipo estupendo por cierto, pero ni por esas.

-          ¿Tai-li yen?

-          Sí, el de negro. ¡Tú estás un poco loco! Tengo el video en casa y se lo suelo enseñar a las visitas. No les digo que es de broma hasta que acaba, y algunos se tapan los ojos. Aguantaste como un campeón.

-          ¡Como un gilipollas!

-          Bien, no he querido ser tan claro, pero sí, como un auténtico irresponsable. ¿No entendiste el mensaje?

-          Bueno..., era todo tan increíble..., en fin, vamos a dejarlo por favor.

-          Y lo último lo mejor.

-          ¿Cual?

-          Pues que cuando nos avisaron de que comenzaba la operación y te eché ¡no te ibas! ¡Qué tío más pesado, tuve que sacarte a empujones!

-          Perdona por los insultos.

-          Menos mal que te fuiste, no paramos de reír. ¡Vetetúatomalpolflay!, ¡Qué bueno!

Debía ser todo cierto, pero mi cerebro iba más lento. ¿Qué era real en mi vida? Se puso serio, y continuó.

-          Paúl, que sepas que tu presencia oficial no existe. Te hemos borrado de los registros.

-          ¿Cómo?

-          Nunca debiste estar. Francamente, tu existencia en la causa penal complicaba el papeleo para toda la eternidad; te llamarían para prestar declaración, para el juicio, podrías recibir amenazas, e incluso invalidar todas las pruebas.

-          Gracias.

-          No me las des, te repito que no es exactamente por ti. Me juego la carrera haciéndolo, pero es que nos has pifiado todas las cintas de video. Tampoco aportaban mucho... Por cierto, te hicieron seguimientos diariamente pero siempre te perdían. Llegamos a pensar que estabas metido en el ajo. ¿Siempre zigzagueas así por la calle?

-          Sí, como por la vida.

-          ¡Te evaporabas todos los días! Por eso tuvimos que esconderte las bolsas, para quitarte de en medio de una vez, ¡pero ni aún así! ¿Donde narices fuiste el sábado por la tarde? Te siguieron para devolverte las cosas pero de nuevo desapareciste, como un mago profesional.

Tocaba disimular. ¡Sábado a la noche! ¡El Windsor!

-          Sí..., ahí me asusté. Fue una tontería huir.

-          Bueno, por cierto, me han llamado porque eres otro de los chalados que sabe algo sobre el Windsor. Teniendo en cuenta lo que ya te conozco, y que la policía te perdió en esa misma zona ese día considero creíble tu historia. ¿Qué tienes que contarme?

Dependía sólo de mí. Una sola frase.

“¿Cómo confesárselo? ¿Abro la boca ahora y le suelto de golpe una frasecita? Verá señor Lí, <>”

Continuaba mirándome a los ojos.

-          Paúl, ¿y?

Pensé en el Windsor y sonreí. La verdad estaba frente a él, dentro de mi cerebro.

-          Verá señor Lí, ¿ha leído la novela Crimen y Castigo?

-          Pues..., francamente no.

-          Se la recomiendo.

Silencio. A mi espalda alguien debió requerirle. Miró, asintió, y cambió el gesto.

-          Te darás cuenta de que no puedes contar nada de esta conversación, ¿verdad?

-          Sin duda.

-          Pues entonces adiós, Paúl.

-          Adiós señor Lí.

El sol mandaba en el cielo. Madrid de fiesta, y yo comenzaba a sentirme libre. Puse los brazos en cruz, dejando que el rey del cielo me quemara la cara.

-          Vine a Madrid para renacer de mis cenizas. Pues comienza mi día uno. ¡Desde hoy me permito ser libre! ¡Taxi!

-          Buenos días. ¿A dónde?

-          Castellana abajo, ya le diré.

El taxímetro estaba conectado. Costaba avanzar. No me importaba. Sin prisa. Únicamente deseaba ir a comer.

-          Vaya tragedia, eh señor. Todo parece apuntar a que se va a caer, ¡fíjese! parece que tiende un poco hacia allí, ¿No? Es increíble que no haya heridos ni muertos.

-          Si. Realmente increíble. Un alivio.

De pronto la voz me habló.

-          ¡En el paso de cebra!

Miré adelante. Mucha gente cruzando. De pronto la chica del Corte Inglés.

-          ¡Pare, por favor, espéreme un momento!

Bajé rápidamente, y le toqué en el hombro.

-          Chica sin nombre, te he encontrado.

Giró. ¿Triste? ¿Enfadada? ¿Ambas?

-          No volviste. Te esperé.

-          Sí que volví, pero no entré. Me llevaron, como te dije, pero te habría buscado otra vez.

Sus ojos chispearon.

-          Menuda pinta tienes.

-          Si quieres te lo explico todo. Ven, sube conmigo al taxi.

-          ¿Y por qué debiera hacerlo?

-          Porque de lo contrario vamos a arrepentirnos toda la vida…

-          ¿Ah, si?

-          También porque te invito a comer donde quieras…

-          Inténtalo otra vez.

-          Dame un respiro. No se… ¿te gusta el fútbol?

Su cara se afiló. Contenía una sonrisilla picarona.

-          ¡Así que a la señorita le gusta el fútbol! Vaya, pues hay un tipo que puede invitarle a un partido para el que no quedan entradas, y que se juega hoy en Madrid...

-          ¿Tienes entradas?

-          No.

-          ¿Pero no habías dicho…?

-          Tengo dos pases Vip.

Mi móvil hizo ¡bip! Ambos reímos. El taxista hizo ¡pi! Volvimos a reír.

-          ¡Ya voy señor, un momento! Bueno, pues nada, asiento preferente, bebida gratis; pero al parecer no te interesa, una pena.

-          Sí me interesa tonto, me apetece mucho ir contigo. Incluso te perdono por el plantón.

-          Pues vámonos.

-          De acuerdo, ¿pero no lees el mensaje?

-          Echa un vistazo tú si quieres. Yo prefiero mirarte a ti.

El taxista pitó una vez más.

-          ¿Subes?

-          Sí. Dejar que mire tu teléfono es un buen signo de confianza. Vamos.

Calle abajo presionaba las teclas de mi móvil con más habilidad que yo.

-          Un mensaje. ¿Quién es Fuelgrafics?

-          Mi nuevo trabajo, en Madrid.

Su sonrisa era un placer.

-          Veamos, dice: “Su entrevista de mañana lunes se traslada a la sede de la calle Andorra, 09:00” ¡Anda!, yo vivo al lado.

Le miré embobado. Me dio la mano. Su piel era suave. Seguía jugando con el teléfono.

-          Tienes un video. ¿Lo abro? ¿No será alguna guarrada, eh?

-          Ábrelo, pero no sé qué es.

Apretó el botón. En un principio no se veía nada, la filmación se movía demasiado.

-          Sube el volumen.

-          “¿Pero esto que es? ¡Dios mío!”.

Comenzaba a verse mejor, había luces rojas y zonas oscuras.

-          “Tengo que hacer algo”

Por fin la imagen se estabilizó. ¡Era el interior del Windsor, cuando comenzaron las explosiones! ¡El teléfono metido en mi chaqueta lo había grabado todo!

-          ¿Puedes mirar cuánto dura?

-          Sí, veamos, treinta minutos.

Era tiempo suficiente para grabar absolutamente todo, hasta mi salida del edificio.

-          ¿Qué es?

-          Ahora te explico.

-          ¿Dónde les dejo? Se nos acaba la calle.

-          No importa, dénos vueltas por Madrid.

-          ¿Son turistas?, haberlo dicho. Les puedo comentar la visita.

Ella me miraba sin comprender. Mientras el taxista nos enseñaba Madrid vimos la grabación entera. Parecía una película de ciencia-ficción.

-          ¿Puedes explicarme qué es lo que acabamos de ver?

-          Pues veras, no te lo vas a creer...

-          Hemos terminado la carrera. ¿Dónde les dejo?

-          Aquí mismo, gracias. Te lo voy a contar todo, “chica sin nombre”. Pero al menos, y a cambio, tendrás que decirme cómo te llamas. ¿No crees?

-          Me llamo Pedro, ¿me va a pagar de una vez?, ¿quiere que le haga factura?

-          Perdone, no, gracias.

Bajamos y nos cogimos de las manos.

-          Te voy a decir cómo me llamo.

Me susurró su nombre al oído. Su cercanía me produjo un precioso escalofrío.

-          Idoia, yo quemé el edificio Windsor, pero fue sin querer.